EL CASTILLO
¿Cómo has logrado levantar un castillo en tu cabeza, con sus torres y fosos, sin que nadie notara que se te ha inclinado el cuello por el peso? ¿Cómo lo has ocultado a tus padres y hermanos, a tu mujer y a tus hijos? Dicen que un embarazo puede disimularse durante meses. Pero ese castillo donde has metido un dragón que no echa fuego… ¿No ha visto nadie que te hacía andar más despacio, que te estaba venciendo? Tu corazón habita en las mazmorras y un ejército de moscas espera ciego en tu carne. ¿Es el castillo lo que hace que salgas por las noches? Podrías quedarte dentro, decirle "sal tú de mí si no lo puedes soportar" . Pero en la necesidad de huir se fundamenta tu encierro en el castillo. Lo has levantado para que nadie pueda ni herirte ni salvarte, cada vez más inclinado el cuello.
Al pie de la montaña invisible
Blog de reflexión literaria de Raúl Nieto de la Torre
30 abr 2020
2 mar 2020
15 dic 2019
23 nov 2019
6 nov 2019
1 ago 2019
La mirada poética
La mirada poética transforma cualquier objeto, persona o paisaje en algo único que no ha existido antes ni existirá después (lo arroja a un lugar desconocido donde quedará atrapado, inmóvil, hasta que un lector anónimo lo libera).
Esta transformación se produce aunque el objeto, la persona o el paisaje conserven su apariencia original: es una transformación del "ser", no del "parecer", igual que los gemelos parecen idénticos pero cada uno es un ser diferente.
De algún modo, la mirada poética multiplica la realidad sin que nadie se dé cuenta.
Esta transformación se produce aunque el objeto, la persona o el paisaje conserven su apariencia original: es una transformación del "ser", no del "parecer", igual que los gemelos parecen idénticos pero cada uno es un ser diferente.
De algún modo, la mirada poética multiplica la realidad sin que nadie se dé cuenta.
30 jul 2019
5 may 2019
LA POÉTICA DE LUIS LANDERO
EL HÉROE Y EL EVÓNIMO
RAÚL NIETO DE LA TORRE
Universidad
Autónoma de Madrid
Las novelas de Luis Landero se organizan en torno a los
personajes y, más específicamente, a los protagonistas de las mismas. Así, la
presencia de estos contamina todos los elementos de la red textual, siendo
imposible delimitar con claridad su ámbito de influencia. ¿Cómo estudiar, por
ejemplo, Juegos de la edad tardía sin referirse constantemente, de un
modo u otro, a Gregorio y a Gil, creadores cómplices del gran Augusto Faroni? ¿Cómo
interpretar el final de El guitarrista sin comprender las
particularidades configuradoras del joven Emilio? Los héroes de Luis Landero
encierran las claves para entender el resto de elementos de la narración. El
estilo de la obra, los temas, la estructura, el tiempo, etc., se
interrelacionan con el personaje literario de forma indisociable, creando de
esta manera un efecto global en el lector. El propio autor ha señalado en
alguna ocasión que el personaje es siempre el punto de partida de su mundo novelesco:
-Lo más importante en la novela es el personaje,
él es el que me mueve a escribir. No hay personas vulgares, todo el mundo tiene
su trastienda, su capacidad para soñar. Tenemos la vida que tenemos pero lo que
realmente nos define es lo que nos gustaría ser.[1]
Tras un detenido análisis de los personajes más importantes de sus
novelas, desde Juegos de la edad tardía (1989) a Retrato de un hombre
inmaduro (2009)[2],
observamos que todos ellos comparten una serie de rasgos fundamentales que
confieren al conjunto de la obra una suerte de unidad, de inevitable aire de
familia. Los rasgos más destacados de estos personajes serían: la ausencia o la
muerte prematura del padre, la soledad del individuo frente a un mundo
laberíntico, inabarcable, y una tendencia a la ensoñación consciente que
desemboca en peligrosos juegos donde la realidad se entremezcla con la ficción.
Se trata de héroes configurados siempre desde los contrastes y las
contradicciones, cuya infatigable búsqueda de identidad los aboca a transitar
por lugares fronterizos. Ni héroes tradicionales ni antihéroes, los
protagonistas de Luis Landero parecen realizarse únicamente desde lo que el
propio autor denomina “indefinición de la frontera”[3]. En
esta búsqueda, suelen establecer relaciones con otros personajes secundarios, a
veces dentro de un esquema más o menos fijo y recurrente en varias de sus
novelas.[4]
El conflicto entre realidad y ficción, el rasgo más definitivo y
definitorio de los héroes de Luis Landero, ha sido convenientemente analizado por
Miguel Martinón en relación con Juegos de la edad tardía, la primera
novela de nuestro autor y sin duda la más estudiada por la crítica:
Se trata de un
conflicto que se plantea en la novela de Landero como concrección de lo que me
parece uno de los aspectos más hondos y definitorios del carácter trágico de la
existencia humana: la conciencia de la finitud, en el sentido no solo de vivir
ante la inexorabilidad de nuestra propia muerte sino también de no poder
realizar otras vidas posibles.[5]
Y habría que añadir, por supuesto, la agonía del paso del tiempo, con
toda su retórica existencial de desastres y naufragios. En este sentido, salta
a la mente la oposición entre el concepto “juegos”, asociado tradicionalmente a
la infancia, y la “edad tardía” de Gregorio y Gil, señalada en el título, a
modo de clave inicial para entender la tensión trágica que late en la primera
novela de Luis Landero. Pero no solo en Juegos de la edad tardía, donde
es muy evidente, sino también en el resto de su obra: ficción y realidad, juego
y tragedia, se confabulan para construir un mundo literario propio, traspasado
por una sorprendente e insaciable voluntad narradora, metamorfoseado. Baste
mencionar la teatral relación sentimental entre Emilio y Adriana en El
guitarrista, los frecuentes desdoblamientos imaginarios de Matías Moro en El
mágico aprendiz o la farsa espectacular tramada por Bernardo Pérez en Hoy,
Júpiter. Esto tiene que ver, por supuesto, con la naturaleza híbrida, muy
particular, de los personajes que pueblan el mundo de Luis Landero. Así lo
indica Elvire Gomez-Vidal en su imprescindible estudio sobre Juegos de la
edad tardía:
Son personajes
fundamentalmente literarios, en el sentido en el que, si bien llevan a cabo
aspiraciones muy humanas perseguidas hasta el delirio y a veces hasta la
muerte, el narrador nunca borra por completo su esencia ficticia al enmarcar
sus aventuras y desventuras dentro de una tonalidad heroico bufa. Ellos son los
guías del lector en un mundo laberíntico por explorar, un tejido textual traspasado
por temas recurrentes y al que están unidos entrañablemente por vínculos
dialécticos: su búsqueda de identidad engalana la realidad con un maravilloso
aditivo, la capacidad de narrar, que ineludiblemente la metamorfosea.[6]
Esta búsqueda de identidad, en un mundo tan cambiante y engañoso, tiene
mucho de aventura épica, de batalla diaria con los dragones de lo cotidiano. No
en vano esa es una de las grandes empresas del ser humano actual: llegar a ser
quien realmente es, noble propósito que, paradójicamente, parece decirnos
nuestro autor, solo puede lograrse mediante peligrosos juegos con la
imaginación propia y la de los otros.
1. la
épica de lo cotidiano
La función
del escritor, tal y como la entiende Luis Landero, es complementaria a la del
historiador y no menos necesaria: ocuparse de la historia de los hombres sin
nombre. Esta idea subyace en la elección de los espacios, los argumentos y, por
supuesto, los personajes. Una prueba de ello es la grotesca y fabulosa creación
de una Enciclopedia del Género Humano en El
guitarrista, un gran libro “donde viniesen no sólo los notables sino todos
y cada uno de cuantos pasan por el mundo, todas esas vidas anónimas y en
apariencia estériles pero aun así merecedoras de conservar un mínimo destello,
de perdurar en unas pocas líneas” (p. 27). Nos encontramos, pues, con una épica
de hechos menores, con un humilde afán de salvación a través de la literatura
orientada hacia lo cotidiano. En un texto titulado significativamente “El valor
de un instante”, a propósito de una mujer que graba en vídeo a dos malos
jugadores de tenis, Luis Landero insiste en esta idea de rescatar las
experiencias anónimas:
Hay una épica de
lo cotidiano y esa mujer era sencillamente su juglar. Importa vivir, y no está
mal que quede testimonio de la huella en la arena, un signo dirigido no a la
memoria colectiva sino, como mucho, a la amorosa curiosidad de la generación
venidera, a los sobrevivientes que acaso te recuerden, te quieran.[7]
Gracias a la
ficción cotidiana, que adopta múltiples variantes, el hombre anónimo puede
encontrar un sitio en el mundo y definir su propia identidad. Buen ejemplo de
esta actitud son las siguientes palabras de Entre líneas: el cuento o la
vida que aquí recuperamos:
La realidad nos
pone en nuestro sitio; luego, nosotros, por medio de la narración, ponemos a la
realidad en el suyo. El mendigo deviene príncipe, la realidad se rinde ante el
deseo, la vida se confunde por un instante con el sueño. (p. 78)
La identidad
del individuo, según da a entender Luis Landero, es un híbrido de ficción y
realidad, de cuentos y vida, en cuyo desarrollo va a ocupar un lugar
fundamental la memoria individual que, como veremos, acaba conectando con la
colectiva. El relato oral, popular y anónimo, en este sentido, es tan valioso o
más que el firmado con nombre y apellidos a la hora de configurar la identidad
del individuo a través de la memoria. La poética de Luis Landero se nutre de
esos recuerdos alejados de la historia oficial, pero capaces de sobrevivir
milagrosamente a los embates del olvido, como señala en “Un recuerdo enfermo”:
¿Por qué olvidamos hechos decisivos, datos magníficos de mares y
monarcas recordamos el nombre de un gato, la forma de una nube, la tontería que
dijo un payaso en el circo, el olor del invierno que perdura en un zócalo?[8]
Esos
recuerdos “menores” constituyen la base de la identidad de sus personajes. Son
hombres anónimos los que filtran la realidad y la devuelven convertida en
materia poética.
Los
resultados de esa pugna entre sueño y realidad, sin embargo, a menudo no son
satisfactorios para los intereses de los personajes. De hecho, gran parte del
humor de Luis Landero viene producido por los desajustes quijotescos entre la
realidad cotidiana y el ideal al que los héroes aspiran. La imagen del mundo
aparece, así, distorsionada en sus novelas, modificada por nobles afanes
desmedidos que chocan cómicamente con obstáculos cotidianos. Lo resume muy bien don Isaías, hacia el
final de Juegos de la edad tardía, cuando dice: “Es como quien va a
matar dragones y no puede porque tiene una piedra en el zapato” (p. 383).
2. el héroe y el evónimo
Tomemos el
caso de Manuel Pérez Aguado, personaje que actúa en cierto modo como alter ego
o máscara de Luis Landero en Entre líneas: el cuento o la vida, para
explorar el concepto de épica de lo cotidiano. ¿De qué manera se articula este
concepto en la narración? ¿Cómo se construyen
sus símbolos?
Manuel Pérez
Aguado es un perfecto ejemplo de este héroe anónimo que encarna los ideales de
la épica de lo cotidiano. El hecho de que el narrador heterodiegético decida
abiertamente llamarle Manuel Pérez Aguado, en un acto metaliterario que
desmonta desde el principio la “ilusión de realidad” de la obra, indica el afán
por retratar una vida cotidiana, cualquiera, entre la realidad y la ficción, al
margen de crónicas oficiales y manuales de historia. Respecto al nombre
escogido, por ejemplo, dice “que es un nombre que no compromete a casi nada, y
apenas nada evoca” (p. 11), esto es, un nombre sin atributos. El tratamiento del
personaje, pues, es coherente desde el principio con las tesis planteadas en Entre líneas: el cuento o la vida: un
libro hecho de narraciones ficticias y de recuerdos de la vida cotidiana que
van rellenando, poco a poco, un simple nombre aparentemente vacío.
Entre todas
las anécdotas que intercala, reales o ficticias, imaginadas o biográficas, nos
interesa especialmente el capítulo de Entre líneas: el cuento o la vida
titulado “Primera experiencia estética”, donde el autor cuenta cómo surgió en
él (o, mejor dicho, en Manuel Pérez Aguado) el deseo de contar y escuchar
historias, de boca de su abuela, en la infancia, al amparo tranquilo de un
evónimo.
A partir de la primera experiencia estética,
que se sitúa al comienzo del libro, el evónimo se convierte en símbolo de Entre líneas: el cuento o la vida. El
mundo real y el de ficción se funden simbólicamente en él para siempre. Así lo
explica el narrador algunas líneas más abajo:
El evónimo (con su rumor, sus sombras, sus
sigilos) comenzó entonces a ser para Manuel algo más que un árbol o un arbusto.
Verlo y escucharlo a cualquier hora (incluso en el recuerdo de este instante)
era y es como rememorar el mundo de las realidades ficticias. (p. 24)
Con el oxímoron “realidades ficticias”, de
algún modo, el autor convierte el evónimo en símbolo, en una solución al
“conflicto insoluble” (p.138) entre ficción y realidad, entre cuento y vida que
plantea el título del libro en clave disyuntiva. Precisamente, en este mismo
capítulo de Entre líneas: el cuento o la vida, encontramos también otro
símbolo literario que representa la fusión de ficción y realidad, aunque en
este caso Luis Landero lo ha tomado de Cervantes. Nos referimos al famoso
“baciyelmo” del Quijote, que el profesor Manuel Pérez Aguado cita en su clase
de literatura y que luego relaciona con un cuento maravilloso que su abuela le
contó de niño debajo del evónimo:
Eso se llama
metáfora, y nadie expresa mejor ese fenómeno prodigioso que Cervantes: don
Quijote lee, lee y lee. Un día levanta los ojos y, oh maravilla, he aquí que en
el mundo cotidiano se ha obrado una metamorfosis, como le pasó al pescador al
volver a su aldea, como le ocurrió al niño Manuel al acabar el cuento que una
vieja le contó debajo del evónimo. Baciyelmo. (p. 25)
El
“baciyelmo” aparece en uno de los episodios más conocidos del Quijote. Recordemos que en él aparece el
barbero al que Sancho había despojado de su asno y don Quijote de su bacía,
confundiéndola con el yelmo de Mambrino y ganándola en legítima batalla. Cuando
el barbero reclama sus pertenencias, don Quijote manda a Sancho traer el yelmo
de Mambrino y mostrar a los inquilinos de la venta donde se encuentran que el
barbero está equivocado. Sancho, que sabe perfectamente que no es un yelmo sino
una bacía, rebautiza públicamente al objeto en cuestión con el nombre de
“baciyelmo”. Esta ingeniosa solución lingüística, intermedia entre la locura de
su amo y la evidencia de los hechos, le sirve al narrador heterodiegético de Entre líneas: el cuento o la vida para
explicarnos qué es una metáfora. Como un “baciyelmo”, la literatura es un
híbrido de ficción y realidad, de cuento y vida. La imagen del “baciyelmo”
cifra la estructura dual del libro (capítulos pares e impares) y simboliza la
naturaleza híbrida de ficción y realidad de Manuel Pérez Aguado a modo de
eslabón entre ambas dimensiones del personaje.
Si interpretamos la palabra “evónimo” siguiendo
el modelo de “baciyelmo”, vemos que el significante “evónimo” está constituido
igualmente por la fusión de dos significantes muy diferentes entre sí. Estas
palabras -que nada tienen que ver con la etimología lingüística del arbusto,
también llamado bonetero de Japón- son el sustantivo “evocación” y el adjetivo
“anónimo”. El evónimo sería así el símbolo de la “evocación anónima”: el recuerdo
de un hombre cualquiera, la historia de una de esas vidas sin nombre que no
aparecen en las crónicas oficiales. Y también sería, por extensión, el símbolo
de la épica de lo cotidiano que defiende Luis Landero en “El valor de un
instante”, el artículo ya mencionado, de ¿Cómo
le corto el pelo, caballero?. Héroes épicos, por tanto, normales y
corrientes, como Manuel Pérez Aguado. Pero también como Gregorio Olías, Matías
Moro, Emilio, Belmiro Ventura, Dámaso Méndez y tantos otros personajes que
convierten la obra de Luis Landero en una gran colección de hazañas que no
pasarán a la Historia, pero que, a su manera, sobreviven en la memoria. A este
respecto, afirma nuestro autor en otro artículo de periódico: “Siempre me ha
conmovido esa épica de los grandes gestos que se quedan apenas en la promesa de
una acción magnífica, y que dejan en el aire el trazo nítido del sueño que
estuvo a punto de cumplirse.”[9]
El proceso de conversión del evónimo en símbolo
de la poética de Luis Landero se produce gradualmente. Por un lado, tenemos el
énfasis que se pone durante toda la obra en el poder creador de la memoria,
comparando incluso el mero acto de recordar con el de la narración: “[...] la
mayor parte del tiempo lo ocupamos en contar lo que nos ha ocurrido, o lo que hemos
soñado, imaginado o escuchado. O en recordar, que es también una forma de
narración” (p. 77). Al mismo tiempo, esta insistencia en la evocación como
fuente de ficciones aparece asociada en el libro a personajes cotidianos y nada
excepcionales, como Manuel Pérez Aguado o su abuela. El acto de narrar, según
se presenta en Entre líneas: el cuento o la vida, no es privativo de
unos pocos, sino de toda la comunidad, de cada individuo: “Todos somos
narradores y todos somos más o menos sabios en este arte” (p. 77). Así, el
recuerdo anónimo y la narración cotidiana se han ido uniendo a lo largo de la
narración hasta desembocar en el símbolo del evónimo, que adquiere todo su
valor y significado en “¡El cuento o la vida!”, capítulo central en la
estructura del libro:
Porque de los lectores, de los profesores
y de los escritores depende, aunque sólo sea remotamente, que a las
generaciones futuras no las devoren las sirenas de la barbarie y del olvido. No
otra cosa es lo que consiguió aquella viejecita que, debajo del evónimo, un día
le contó a un niño el cuento del pescador. Anónima la narradora, anónimo el
cuento, anónimo el oyente. Anónimo también el profesor. Anónimos todos y
finalmente todos necesarios. (p. 90)
El evónimo está presente nuevamente en esta declaración
de intenciones del autor de Entre líneas:
el cuento o la vida. Y no sólo eso: el autor confía en la narración y en
sus artífices para salvar al hombre del olvido, la verdadera muerte, la última
frontera, sin importar que todos ellos sean individuos anónimos, porque para él
todos somos necesarios en este proyecto común que es la literatura. En un
momento dice: “Anónimo también el profesor”, y pensamos evidentemente en Manuel
Pérez, pero también en Luis Landero, el autor en última instancia de este elogio
de la memoria anónima.
La última cuestión que vamos a tratar sobre el
evónimo arranca de su similitud fonética con el adjetivo “epónimo”, término
que, según denota el diccionario, se aplica al héroe o a la persona que da
nombre a un pueblo, a una tribu, a una ciudad o a un período o época. Entre
ambos vocablos no existiría relación alguna si no fuera porque en Entre líneas: el cuento o la vida
aparece un héroe o persona, Manuel Pérez Aguado, al que se asocia
inevitablemente con un lugar concreto, Alburquerque. De esta forma, personaje y
espacio forman una unidad en la mente del lector, una unidad que refuerza la
presencia constante del evónimo (árbol plantado, recordemos, en la tierra de su
infancia). Pero no solo eso. La relación con el adjetivo “epónimo” va más allá,
puesto que en un momento dado Manuel Pérez será rebautizado por su profesor -la
autoridad docente del pueblo, que daba nombres de lugares a los alumnos por
cuestiones políticas y en función de sus resultados académicos- con el nombre
de “Alburquerque”, su lugar de nacimiento:
Él entonces encabritó al caballo y montó
en cólera: “¡Con España no hay bromas que valgan, rufián!”, gritó, dándole con
la vara de olivo. “¡En adelante, en castigo por tu cosmopolitismo, y ya para
todo el curso, serás sólo Alburquerque!” (p. 37)
Este nuevo nombre de Manuel (es muy frecuente
que los personajes de Luis Landero resulten rebautizados a lo largo de su vida)
trascenderá más allá de las aulas, como ocurría ya con su antigua denominación,
“Albacete”. En efecto, Alicia le llama en un momento no por su nombre de
persona, sino por un nombre de lugar: “Cuando llegaban a ochenta, que era hasta
donde Manuel alcanzaba entonces, ella se volvía, sacaba la lengua y gritaba:
‘¡Ay, pobrecito Albacete!’, y salía corriendo y contando muy deprisa los pasos”
(p. 34). El tratamiento del personaje es paródico, ya que en vez de dar él su
nombre a una población (como cabría esperar de un héroe clásico, recordemos que
a eso precisamente se refiere el término “epónimo”) es la población la que da
nombre al personaje. Se produce, así, una inversión del significado original de
“epónimo”. El niño Manuel, de esta forma, se representa más cerca de la figura
del antihéroe que del concepto tradicional de héroe.
3. los mitos y la
épica de lo cotidiano
La interacción de los mitos (de todo tipo:
clásicos, bíblicos, populares o de la modernidad) con la vida cotidiana de los
personajes es muy habitual en las novelas que estamos estudiando. Sin embargo,
no se trata de una simple evasión estética ante un difícil panorama. En el caso
de Luis Landero, este recurso literario tiene como objetivo principal
engrandecer, dignificar, el lado marginal de la realidad. Más que de mitificar
o desmitificar la realidad cotidiana, debemos acaso hablar de un proceso
re-mitificador. Se trata de volver a dar significado y dignidad a unos
personajes olvidados por las crónicas oficiales de su tiempo. Toda épica
requiere de una mitología donde las hazañas heroicas queden registradas y
sirvan de modelo a las generaciones venideras.
El proceso de conversión de un acto cotidiano
en “mito”, en el caso de una novela, pasa forzosamente por el uso adecuado del
lenguaje a tal efecto. Y por cumplir dos requisitos fundamentales: “la
rememoración y la evocación ritual”[10]
o, dicho con otras palabras, el uso de la memoria y la repetición de ciertas
conductas a modo de ritos. De esta manera, gracias al poder transmutador de la
literatura, cualquier acto, por mínimo y cotidiano que sea, es susceptible de
ser trasplantado a la tierra intemporal de los mitos, entrando a formar parte
de lo que conocemos como épica de lo cotidiano.
Como ejemplo de este proceso transmutador,
vamos a detenernos en la visión del mundo de don Isaías, oscuro y lúcido
personaje que aparece muy poco a lo largo de Juegos de la edad tardía y
cuya verdadera identidad se revela solo al final, pero de forma decisiva para
el desenlace de la novela. Recordemos que, en un momento dado de su vida, este
aprendiz de astrónomo deja de mirar a las estrellas desde lo alto de su
edificio y comienza a observar punto por punto las peripecias callejeras de
Gregorio, un tipo normal y corriente. La vida cotidiana le interesa entonces
más que los misterios inmutables del cielo (esto entraña un simbolismo
revelador, ya que muchos personajes de los mitos clásicos toman su nombre de
los planetas y galaxias). Pero quizá lo más interesante de este cambio de
objetivo es que don Isaías sigue utilizando el mismo catalejo, la misma
perspectiva. De esta manera, los hombres de la calle sustituyen a los dioses,
representados por las estrellas, como “medidores de las cosas”: brusca y
simbólica transcición del teocentrismo al antropocentrismo, clara
reivindicación del hombre de la calle.
La mirada mítica y trascendente invade entonces
lo cotidiano, desciende a la vida real. El autor parece decirnos que cuando
miramos a nuestro alrededor así, intensamente, surge ante nosotros un nuevo
tipo de personaje, a medio camino entre el héroe tradicional y el antihéroe,
salvado y condenado al mismo tiempo por sus afanes. Sobre eso reflexiona don
Isaías en otra parte del discurso que cuenta a Gregorio hacia el final de Juegos
de la edad tardía, a propósito de un individuo metódicamente observado
desde el sexto piso con su catalejo. Se trata de un discurso crucial para
justificar los mecanismos narrativos y algunos temas recurrentes de Luis
Landero:
Aquel hombre había perdido allí, o él creía que
era allí, un mechero de oro con sus iniciales. Eso había ocurrido hacía ya tres
años. Pues bien, veinte años después, siendo ya el hombre medio viejo, todavía
algún día se paraba un momento en la esquina, o miraba sobre el hombro, con la
esperanza quizá de encontrar el mechero. Lo supe porque una tarde bajé a
preguntarle y él me lo contó, entre avergonzado y orgulloso. Claro, por un lado
aquella terquedad era ridícula y no formaba una anécdota, no permitía ni
siquiera ese consuelo, y de ahí le venía la vergüenza. Porque quien va a matar
dragones, o gamusinos, y viene de vacío, podrá después contarlo y exhibir los
despojos de una historia magnífica, aunque desdichada, del mismo modo que la
llave de un palacio en ruinas puede servir hoy, a los también arruinados
herederos, de pisapapeles u ornamento. Pero los hechos menudos no dejan huella,
ni sirven luego para nada. [...] Uno más bien tropieza con piedras menudas del
camino, sufre pequeñas mofas. Aunque, por otra parte, me dije, había también un
modo de grandeza en esos tropiezos. La gloria de quien mil veces da en la
piedra, de quien durante años busca un mechero en una esquina, hace de su
fracaso una leyenda, y en su continua derrota llega a ser invencible. He ahí
otro simulacro del destino. Y por eso aquel hombre del mechero hablaba también
con orgullo. Porque aquella minucia, mil veces repetida, tenía ya un peso propio,
y se podía contar. (p. 380)
La repetición sistemática de ciertas conductas,
como dijimos más arriba, constituye uno de los requisitos para acceder a ese
espacio intemporal de los relatos míticos. Cualquier cosa, hecha con pasión,
puede contarse con cierto orgullo a las generaciones venideras. De esta manera
ese hombre anónimo que menciona don Isaías «hace de su fracaso una leyenda»,
convirtiéndose en invencible frente al olvido.
En ese terreno se mueven los particulares
héroes de nuestro autor. Mediante la palabra, Luis Landero los salva, los
transciende, los dignifica, hasta constituir una épica de lo cotidiano,
simbolizada por el evónimo y caracterizada por esa visión mitificadora del
mundo que nos rodea.
Sobre este productivo diálogo entre mito y realidad,
para terminar, conviene decir que otros autores de finales de siglo XX también lo emplean como recurso en
sus novelas. Especialmente en relación con un proceso de dignificación de los
personajes históricamente derrotados. Así lo ve Fátima Serra en su estudio
comparativo entre Luis Landero, Antonio Muñoz Molina y Luis Mateo Díez:
Al
poner en práctica este tipo de análisis con las obras escritas en España en los
años 80, el crítico aprecia que novelas que en principio no parecen tener gran
cosa en común -excepto el colocar la acción durante la postguerra española sin
especificarlo- se aproximan en el esfuerzo de dignificar la existencia de los
vencidos en su reducido mundo. La forma en que lo hacen es otorgando la
victoria a los personajes en las batallas de lo cotidiano.[11]
La reivindicación de esta épica de lo cotidiano
parece ser, así, una tendencia general entre los grandes novelistas españoles
de entonces. Los escritores van a asumir un papel crítico con la reciente e
insatisfactoria historia oficial de España. El tratamiento de los personajes
conlleva una serie de valores implícitos que el lector percibe en mayor o menor
medida. Una determinada apuesta estética pone de manifiesto, de esta forma, la
postura ética del autor frente a la realidad. Vemos que los perdedores y los
desheredados, ninguneados durante la dictadura franquista, pasan a ocupar un
primer plano en el último cuarto de siglo, salvados por la literatura.
[1]
Entrevista de María Teresa Blanco a Luis Landero, “La imaginación de lo cotidiano”,
Babelia, 6/7-4-2007, p. 2.
[2] Las ediciones de las obras de
Luis Landero a las que hacemos referencia en este estudio son: Juegos de la edad tardía, Barcelona, Fábula, Tusquets, 1997; Caballeros de fortuna, Barcelona,
Colección Andanzas, Tusquets, 1994; El
mágico aprendiz, Barcelona, Colección Andanzas, Tusquets, 1999; Entre líneas: el cuento o la vida, Barcelona, Colección Andanzas,
Tusquets, 2001; El guitarrista,
Barcelona, Colección Andanzas, Tusquets, 2002; ¿Cómo le corto el pelo, caballero?, Barcelona, Textos en el aire, Tusquets, 2004; Hoy, Júpiter,
Barcelona, Colección Andanzas, Tusquets, 2007; Retrato de un hombre inmaduro,
Barcelona, Colección Andanzas, Tusquets, 2009.
[3] Luis
Landero, “Claroscuro”, El País, 16-1-2000, en ¿Cómo le corto el pelo,
caballero?, Barcelona,
Textos en el aire Tusquets, 2004, p. 49.
[4] La lectura de Juegos
de la edad tardía, El mágico aprendiz y El guitarrista arroja
sobre el lector un efecto de coherencia que dota a estas tres novelas de una
consistencia excepcional. Cabe preguntarse, pues, dónde residen las claves de
esta unidad y cómo funcionan los mecanismos literarios que la sustentan.
Uno de estos mecanismos es
el esquema de fondo que hay en estas tres obras de ficción, un esquema relativo
a los personajes que, a nuestro juicio, aporta un equilibrio estructural al
discurso narrativo. Este esquema recurrente tiene una organización triangular
en cuyos vértices se ubican distintas categorías de personajes: el héroe
indefinido, el principal personaje secundario y la amada del héroe.
[5]
Miguel Martinón, Novela española de fin de siglo: cuatro lecturas, Santa
Cruz de Tenerife, Universidad de La Laguna, 2001, p. 69.
[6]
Elvire Gomez-Vidal, El espectáculo de la creación y de la recepción: Juegos
de la edad tardía de Luis Landero, Burdeos, Presses universitaires de
Bordeaux, 2009, pp 15-16
[7] Luis
Landero, prólogo a ¿Cómo le corto el
pelo, caballero?, op. cit., p. 12.
[8] Luis
Landero, “Un recuerdo enfermo”, en ¿Cómo le corto el pelo, caballero?,
op. cit., pp. 93-94.
[9] Luis
Landero, “Claroscuro”,
en ¿Cómo le corto el pelo, caballero?, op. cit., p. 48
[10] Carlos García Gual, Introducción
a la mitología griega, Madrid, Alianza, 1999, pág. 21
[11]
Fátima Serra, La nueva narrativa española: Tiempo de tregua entre ficción e
historia, Madrid, Pliegos, 2000, p. 154
30 dic 2018
Un
poema del libro Levemente ondulado de Roberto Appratto
I
Es la voz de tu conciencia la que te habla
Y te dice: no has de sufrir.
Has de pensar en ti sobre todas las cosas,
Es decir en mí: sin distraerte
Con las ansiedades y los sentimientos de pérdida
Que te acechan a cada paso. Escucha:
Es la voz de tu conciencia la que te pide
Concentración y seriedad
Para pensar en tu vida.
Esta es la voz de la conciencia que te exige,
Desde ahora,
Escribir un poema por día.
Un poema.
No es una broma
Ni una exageración: un poema por día
Te ayudará a limpiar tu espíritu
Para no sufrir. Repito: no has de sufrir
Por problemas amorosos, sino
Amar a ese poema que escribirás
Para no sufrir. La voz de tu conciencia
Vuelve a hablar: escúchame: no te pierdas
En los trajines del día. No duermas tanto.
No vayas al cine
Solo para pasar el rato.
Debí haber hablado antes. Debí
Haberte prevenido contra todo esto,
Pero esperaba que actuaras
Por ti mismo. De modo
Que me mantuve en silencio. Hoy,
Con una voz ronca, tal vez por el desuso,
Pero fuerte,
He decidido hablar, y por eso me estás escuchando,
¿me estás escuchando?
Hablo con una voz pausada, serena, para decirte
Que te quedes así,
Sentado, si es posible, en actitud de cumplir
Estrictamente mis palabras: es en presente,
Es en imperativo, que te digo que te concentres,
Que te mantengas alejado del alcohol
Y de las malas compañías; que estés solo,
Profundamente solo,
Aun en presencia de los otros,
Que no harán sino molestarte
Con textos imprecisos, torpes, mal puntuados,
La expresión indirecta y borrosa de sus almas;
La voz de tu conciencia te dice que no los escuches,
Que limpies tus oídos,
Que te pongas de una vez
A escribir el poema. Ese es el llamado.
El poema permanece en ti como una fuerza invisible,
El ritmo de un contrabajo que va y viene
Sobre las inclinaciones de tu espíritu, hasta el otro
día,
En que escribirás otro poema,
Como si nunca hubieras escrito antes:
Con una pose ingenua ante la salida libre,
Indómita, de tus palabras. Yo las guiaré, yo,
La voz de tu conciencia, capaz de ver el dolor
Y la imperfección en lo que has hecho.
Me dirás que es tu vida, pero es también la mía;
Tengo derecho, por tanto, a decirte que te calles.
La voz de tu conciencia exige, perentoria,
El respeto del silencio,
Del ejercicio espiritual
De un poema por día, y lo seguirás aun cuando
Los demás te indiquen otro camino:
Serás un hombre si puedes desoírlos y hacer
Solamente lo que te estoy diciendo:
No pienses en otra cosa; sobre todo,
No pienses en eso. La voz de tu conciencia
Piensa por ti
Para que no confundas el ritmo de tu vida
Con el de tu corazón. Te lo dice, solo por hoy,
Esta voz, advierte el desorden
En el uso inútil, operático,
De la fantasía, de la memoria,
De la ensoñación.
Deja que tu pasado,
A menudo abrumado por el dolor,
Por la incertidumbre,
Por la entrega absoluta a causas imposibles,
Por la lenta pero implacable corrosión de tu orgullo
Se evapore. Por eso te dice, una vez más,
La voz de tu conciencia que te quedes así, quieto,
Y no sufras. Escribe tu poema, firme, sólido,
Impasible, galvanizado en tu soledad, y estarás bien.
Ahora, con un gesto desprendido y generoso,
Con una sonrisa de aceptación, sin otra cosa que tu
propia fuerza,
Escribe lo que te dictaré: empieza así:
7 dic 2018
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